Cualquier deportista que asista a competir a los Juegos Olímpicos o Paralimpiadas paga un precio muy alto que va desde lo económico a lo personal. Pero, ¿a quién no han llamado loco por perseguir un sueño? Me sitúo en la puerta de entrada de la Villa Olímpica, como siempre a contracorriente. Todos los de la […]
Cualquier deportista que asista a competir a los Juegos Olímpicos o Paralimpiadas paga un precio muy alto que va desde lo económico a lo personal. Pero, ¿a quién no han llamado loco por perseguir un sueño?
Me sitúo en la puerta de entrada de la Villa Olímpica, como siempre a contracorriente. Todos los de la villa están saliendo para dirigirse al Estadio Maracaná. Sin quererlo, destaco con mi actitud de no tener prisa, de querer entrar mientras todos salen, pero ni me inmuto.
He quedado con Alfonso Cabello, participa en los juegos en la modalidad de ciclismo y fue ganador del Oro Olímpico en Londres 2012. Me cuenta que, ante la proximidad de su competición, ha decidido no asistir a la ceremonia por orden de su entrenador. Hoy, 8 de septiembre, idiomas, franjas horarias, culturas, historias… Todo se fusiona en un enorme titular mundial: “Ceremonia de Inauguración de los Juegos Paralímpicos 2016 en Río De Janeiro”.
A partir de este titular, millones de artículos, noticiarios, emisoras de radio… Todos trabajan en torno al mismo contenido. En este caso yo, aunque asistí, no voy a contar lo que ya sabéis. Intentaré transmitir el preludio y la ceremonia que está ahí, pero nadie ve.
Mientras Alfonso llega —ha salido de un entrenamiento— observo cómo las delegaciones de diferentes países ataviadas para la ceremonia y el desfile son transportados en autocares habilitados.
Me pregunto cómo repercutirán en los deportistas, en su entrenamiento y rendimiento, las horas y el desgaste que se cobra la ceremonia. Seguro que mi pensamiento es compartido por muchas personas ligadas al deporte o a cualquier otra actividad que requiera concentración absoluta. En mi caso, habría optado igual que Alfonso y no asistiría.
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Alfonso, el verdadero espíritu paralímpico
De forma surrealista me encuentro con Alfonso tomando un café, agradecida de que comparta conmigo un tiempo que resta a su descanso. Él fue medalla de oro en las últimas Paralimpiadas y renuncia a la asistencia de una inauguración de retransmisión mundial, pero hace el esfuerzo (incluso ha cambiado su cita con el fisioterapeuta) de compartir conmigo el momento de la inauguración de los juegos.
La ceremonia de apertura comienza mientras nosotros conversamos en una cafetería junto a la villa olímpica. No imagino mejor compañía que la de Alfonso para compartir ese momento. El motivo oficial de nuestro encuentro es preparar una entrevista, pero se convirtió (sin pretenderlo) en una agradable conversación franca y directa. Una charla en la que hablamos de sueños, esfuerzo, dedicación… y futuro.
A mi pregunta de cuándo empezó su afición por el deporte, la respuesta golpea y despierta con fuerza sentimientos y anhelos:
“Desde siempre. Comencé nadando, nunca condicioné mi rendimiento a nada, no lo sentía, ni lo siento. Participé en competiciones infantiles como un niño más ya que en aquel momento desconocía que existían específicas para personas con minusvalía. A la vez que nadaba descubrí el ciclismo. Pasado un tiempo, mi madre me advirtió que tenía que elegir. La bicicleta eligió por mí”.
Llegados a ese punto, ambos nos relajamos y fuera la grabadora. No me hace falta grabar, sus palabras las recordaré siempre en mi memoria. Me relata años de entrenamiento exhaustivo, renuncia a la infancia e incluso a una formación educativa superior.
Los viajes, las jornadas interminables de esfuerzo…Y todo sin recursos, sin otro apoyo que el de su familia y la gente que le sigue. Si algo tiene muy claro este campeón es que no es la discapacidad lo que limita para superarse, sino la falta de apoyo económico. Ese es el handicap con el que él y otros Paralímpicos se topan y les impide rendir más.
Me facilita un dato: su bicicleta (de la que no se separa ni en el breve paseo que damos alrededor de la Villa Olímpica). Tiene un valor que es equivalente a cuatro años de su sueldo y tuvo que renunciar a mucho para poder comprarla.
Queda mucho de esa conversación que contar, pero voy a ritmo acelerado, lo dejaré para otro momento, quizás después de que compita. Entonces será buena ocasión para transmitir su mensaje independientemente del resultado, porque este chico tiene un mensaje alto y claro para todos nosotros y no tiene nada que ver con medallas ni premios.
Me dirijo en coche hacia el estadio Maracaná (el mas grande del mundo), y no considero que me haya perdido el comienzo de la ceremonia, más bien creo que en este café he captado el verdadero espíritu Paralímpico con mis cinco sentidos, y de eso trata la apertura. Dudo mucho que en el estadio pueda percibir la fuerza de los deportistas como la he apreciado en la mirada de Alfonso. Llego con tan solo una media hora de retraso.
No me voy a extender mucho aquí. Los desfiles, las actuaciones, la música, los fuegos artificiales, la lluvia, los “incidentes”, todo eso ya lo sabéis. Os dejo unas pinceladas de lo que quizás desconozcáis, la seguridad policial y militar en torno al estadio.
Calles cortadas y vigiladas por cuerpos de seguridad y a las que solo se podía acceder con la entrada al evento. Observé cómo los negocios de esas calles, vacíos, retransmitían la ceremonia. Imagino que estaban deseosos de que terminara para comenzar sus ventas. Desde que entras en el imponente estadio miles de voluntarios pasean por los interminables pasillos que llevan a las diferentes zonas.
La coordinación del voluntariado me deja pasmada. Confirmo mi percepción que sin ellos esto no sería posible (o sería un desastre). No me preguntéis cómo, pero acabo montada en un cochecito con un grupo de ellos. Divertida recorro el estadio (hay varios niveles) a velocidad vértigo y me “empapo” de imágenes, olores y sensaciones…
Finalmente entro en las gradas. Además de todo lo que habréis oído y visto en imágenes, os describo lo que ví: la afluencia de público es muy variada en edad, países y actitudes, es masiva, aun así hay asientos vacíos. Es cierto que es una actuación muy sensorial, emociona, pero también es cierto que huele a perritos calientes, hamburguesas, palomitas y a todo lo que huele en un estadio…
Dejaré esta crónica para otro día, cuando haya asimilado las palabras de Alfonso Cabello. Si transmito un poco de rechazo a la ceremonia en sí no es otra cosa que estar sentada en un sitio en el que hacer “la ola”, comer sin control y gritar hasta perder la voz no va conmigo. Me gusta la soledad, no por ello rechazo el contacto humano, pero el sincero, el que me aporta, el que me enriquece y suma. Como ese inolvidable café con Alfonso.
Un abrazo,
Maica Rivera
Artículo publicado en EURO MUNDO GLOBAL
